XIII Domingo de Ordinario B (Marcos 5, 21-43)
Dios
no hizo la muerte, sino que nos creó para la inmortalidad.
La
muerte –fruto de la envidia del demonio, y del pecado- no es algo que sólo se
presente al final de nuestros días, sino que se infiltra a diario en nuestras
vidas, ya sea bajo el peso de la enfermedad, el desastre, o confundiéndonos.
Sin embargo -si nos detenemos a contemplar con detenimiento- todo está
impregnado del amor de Dios. Este amor, tal y como vemos en la resurrección de
la hija de Jairo, tiene poder sobre la muerte. Así, si el pecado tiende a opacar la bondad de la Creación, la Caridad hace que
ésta brille con un esplendor nuevo.
Fuente:
Taco-calendario del Corazón de Jesús;
Revista Magníficat.
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