La realeza de Cristo es misteriosa. Tiene la plenitud de la potestad y, sin embargo, quiere ser acogido pacíficamente por los hombres.
A quienes le injurian en el Calvario no les responde con una demostración de fuerza espectacular, sino entregando su vida por ellos.
Reconocerlo como Rey, tal y como hace el buen ladrón, supone dejarse transformar por su amor para después servirle también según la medida de ese mismo amor.
(Fuente: revista Magníficat)
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