Reflexiones sobre la celebración de la Medalla Milagrosa y
Santa Catalina en nuestro colegio.
No podemos hablar de una cara y una cruz o de un sabor agridulce, pero la
celebración del día 28 de noviembre de 2019, conmemorando la Medalla Milagrosa
y a Santa Catalina Labouré, dejó momentos para la reflexión que tal vez no
habían surgido en ediciones anteriores.
Todo salió a pedir de boca: los montajes de ambientación, la
multitudinaria eucaristía, chocolatada, juegos de mesa y la segunda edición del Talent Show
particular. Fue en este último evento, donde asistimos a un fenómeno que muestra un paralelismo con
los tiempos, y la época del año que vivimos.
A las puertas de un Adviento, que un año más nos lleva a la Navidad, nos vemos inundados por “Black Fridays”, iluminaciones, campañas
publicitarias y demás parafernalias que encarnan la parte más “vistosa” –que no
auténtica- de estas fiestas. En sí no hay nada malo en que –con un mínimo
sentido común- se hagan actos extraordinarios en estas fechas, como tampoco
hubo nada que reprochar a todos los galardonados en nuestro festival; no
obstante, así como el tesoro del Adviento, y por ende de la Navidad suele
quedar postergado a un segundo plano en nuestra sociedad, también en nuestro
festival quedó un verdadero tesoro sin el reconocimiento debido. Dos personas
cantaron como los ángeles, y a juzgar por más de uno de los presentes, debieron
haber tenido un reconocimiento mayor que el del agradecimiento genérico por la
participación. Dos personas que al igual que el Misterio de la Navidad, como
tristemente suele ocurrir en nuestros tiempos y sociedad, quedaron en un
aparente segundo plano . Y decimos aparente porque a más de uno nos recordaron
y anticiparon la discreta belleza de ese
tesoro que es la Auténtica Navidad.
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